Hoy no seré yo el poeta, si no otro, un vagabundo, Daniel. No sé quien es, solo su nombre, ni que es de el, y ya, pues no me voy a poner sentimentalmente barato. Solo seré fiel a lo que recuerdo.
Se llama Daniel, como ya había dicho, y lo quiero subrayar, para que no pase en valde este recuerdo mío. Se llama Daniel, o eso ponía al final de la octavilla que me dio hará unos años, en Ponferrada, de donde soy oriundo. Cuando lo vi a la salida del instituto, y yo curioso por costumbre, me paré a hablar con el. Y aclaro, fue y es costumbre que soy curioso, y no el pararme a hablar con el. Y la octavilla guardaba un poema en ella.
A continuación transcribo, como es oportuno, el poema de este hombre:
Ignorancia, divino jardín
Es ciega, sorda, sin tacto, olfato, o gusto.
Pero está,
y por mero hecho
a la curiosidad despierta.
La ignorancia está,
y para mí es el paraíso.
Las cosas no son cosas
hasta que no se las conoce.
Y el paraíso utópico.
Y no sé si eludir la responsabilidad de criticar su obra, su poema, no lo haré. Pues no es de consideración hacía lo que aquí intento exponer, lo cual comienzo ahora.
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